domingo, 8 de febrero de 2015

ISLANDIA PARA VOLVER, PARA QUEDARSE, PARA ESCUCHAR

Echar de menos los colores. Nunca antes me había pasado.

Después de varios días rodeada de blanco por todas partes (la carretera, la nieve, el hielo, el cielo, el mar congelado...), de pronto me di cuenta de que necesitaba ver colores, me descubrí buscando el verde, el rojo, el azul (que a veces, aparecían y desaparecían fugazmente en un tejado, en el horizonte, a lo lejos). Aunque reconozco que la búsqueda duraba apenas unos minutos y quedaba totalmente eclipsada por lo que tenía delante de mis ojos. Lo que fuera. Blanco, sí, siempre blanco, pero tan impactante que hacía que los colores se me volvieran a olvidar.

Islandia en invierno es un país en blanco y negro. Me lo dijo un islandés, y tenía razón.

Fuera de Reikiavik, si uno se echa a la carretera (literalmente LA carretera, sólo hay una, que rodea toda la isla) todo es blanco alrededor, excepto las huellas negras que dejan la lava y la ceniza que se alternan de cuando en cuando. Un paisaje tan bello como inhóspito, magnético, impactante, desolador, extraño, marciano, único. Me alegro mucho de haber ido en invierno... aunque creo que cuando vuelva, volveré en verano. Tiene que ser (y esto también nos lo confirmaron los islandeses) como viajar a otro país. Nada que ver.

Y estoy segura de que volveré. 

Ya. Esto ya lo he dicho antes, al volver de otros lugares que me han apasionado (mis amigos se ríen cuando lo digo... ;) pero esta vez es distinto: nunca he estado tan segura de que volveré a algún lugar como lo estoy con Islandia. Lo único que dudo es cuándo... y si volveré como turista, otra vez, o para quedarme.

No hay ruido, no hay tráfico, no hay contaminación, nadie corre, nadie grita... pero es un país absolutamente vivo y que contagia ganas de vivirlo. La naturaleza es extraña y extrema, auténtica, pura, no estamos acostumbrados aquí a esa pureza ni esas dimensiones. Ni mucho menos a ese vacío, a ese silencio... sobre todo el silencio, que a la vez acongoja y reconforta. En Islandia me he sentido pequeña y grande a la vez, nada y todo. Caminaba por un glaciar nevado, en un inmenso silencio blanco, y no podía sentirme más sola y a la vez integrada con todo lo que me rodeaba. Feliz.

Pero no es sólo el lugar. Porque un lugar no es nada sin los que lo habitan. No es que en Islandia lo habiten muchos: apenas 300.000 humanos, unos cuantos zorros árticos, focas, frailecillos, agunos perros y gatos urbanos, miles de caballos... y poco más. Suficiente. Tienen suerte.

Porque todos viven muy bien con todos. La cosa funciona, pero para todos: humanos, animales, glaciares y volcanes (estos se enfadan de vez en cuando, pero mientras no se enfadan el equilibrio es asombroso). Admirable y envidiable país de gente libre, tranquila, hedonista y sin complejos.

Con un potente adn vikingo (sobre todo ellos) y una mezcla curiosa entre nórdicos y yankis, los islandeses son gente abierta, hospitalaria, alegre y cosmopolita. Reikiavik es un pueblo: casas bajas, calles pequeñas, pocos coches, distancias fáciles de caminar, ritmo pausado... aunque esto vale sólo si hablamos de logística. Porque su espíritu es urbano, abierto y cosmopolita, mucho más cosmopolita que el de muchas ciudades españolas (empezando por la mía, Coruña, que tiene muchos más habitantes...).

En medio de todo esto, el panorama musical (y vuelvo al blog, ya vuelvo... ;) es increíble, dado su tamaño y su población. Mientras escribo este post escucho en bucle a Sigur Rós y Ólafur Arnalds. Pero también están por aquí GusGus (a los que recuerdo bailar y bailar hace años) o Emiliana Torrini... (y claro, Björk, pero he de reconocer que nunca me ha emocionado y hace años que no la escucho). Algunos tienen ya su hueco en esta música para replicantes. Pero hoy toca rescatarlos. Y evocar, escuchándoles, todo lo vivido en un país que te hace olvidar, por momentos, que sigues en este planeta. Si algún día vamos a otro, estoy segura de que será parecido al desierto de glaciares y volcanes por el que nos hemos perdido estos días. 

Julio Verne imaginó en Islandia su "Viaje al centro de la Tierra", y no me extraña.

Mientras nos preparamos para ese viaje marciano (que llegará), os regalo algunos temazos islandeses que podéis (deberíais) llevaros en la maleta cuando llegue el día. Yo los llevaré. Y os animo a conocer esa pequeña y lejana isla en mitad del océano que, además de todo lo anterior, si tenéis suerte, os regalará una aurora boreal. Ocurren cosas extrañas en Islandia... todo es distinto, bello y extraño en ese país. Corred a comprobarlo!!! Y mientras tanto, escuchad... :)